Los niños siembran esperanza y vida en el cerro El Volador
Una jornada de siembra que une a los niños con la naturaleza en Medellín.
Un encuentro en el cerro El Volador
Primero se tomaron de las manos. El viento les movía el cabello, las camisetas y los pensamientos. Formaron un círculo en el cerro El Volador, ese pulmón que respira en el noroccidente de Medellín. Allá arriba, donde los pájaros parecen tener casa propia y la ciudad suena apenas como un murmullo, los niños gritaron con alegría “buenos días, cerro El Volador”. Lo dijeron tan fuerte, con tanta vida, que la montaña respondió en eco. Y entonces fue claro: el cerro los escuchaba.
Nadie dijo sus nombres. No hacía falta. Ellos eran muchos y eran uno. Venían de un lugar donde la infancia transita con cicatrices que no se ven, pero se sienten. Y ese día, en medio de la brisa, encontraron algo parecido a una tregua: el derecho a sembrar.

La importancia de los árboles
Natalia Roa Giraldo, profesional universitaria de la Unidad de Estructura Ecológica de la Subsecretaría de Recursos Naturales, les hizo una pregunta sencilla, pero honda: “¿Para qué sirven los árboles?” Las respuestas brotaron como semillas al viento: “Para la vida, para el oxígeno y para florecer”.
Con ternura, Natalia les explicó que sembrarían en árboles hábitat (troncos viejos que ya no dan sombra, pero aún dan refugio). Sobre ellos crecen nuevas plantas, llegan mariposas, pajaritos, ardillas y abejas. Lo que parecía muerto se convierte en vida otra vez.
La siembra
Los niños se dividieron en dos grupos: uno se llamó los jardineros; el otro, los guardianes de la naturaleza. Mientras unos recibían las plantas como barquitos, bailarinas, coquetas y siete cueros, los demás esperaban en fila, con los ojos atentos y las manos ansiosas por tocar la tierra.

Natalia y su equipo eran como una especie de padres temporales. Los niños los abrazaban sin pedir permiso, como si hacerlo fuera parte del ritual. Algunos sostenían su planta con la misma delicadeza con la que se sostiene algo frágil y valioso, como cuando se recibe amor por primera vez.
“Guardianes de la naturaleza. Nos sembramos hoy. Les pedimos que les den alimento a las mariposas, a los pajaritos, a las ardillas y a las abejitas” cantaban mientras disfrutaban de ese momento inolvidable. Entre canción y canción, nombraban cada planta como si le dieran una identidad.
Siembra de árboles en el cerro El Volador
Y uno de los niños dijo algo que lo resumía todo: “Podemos revivir una cosa que no era nada y revivirla”. Natalia, enamorada de la respuesta que tuvo la actividad exclamó ¡Ay, qué lindo!
Y sí, era eso. Ellos, como las plantas, no pedían más que un poco de tierra buena, algo de agua, una mano que no dañe. El amor no se nombra directamente, pero se nota cuando un niño limpia con cuidado la hoja de su planta, cuando pregunta si puede venir a verla otro día, cuando dice: “Ese árbol es como un hijo mío”.
Un día memorable
Ese día, el cerro El Volador recibió veinte nuevas plantas y muchos más silencios reparados. Al final, todos se abrazaron como se abraza después de una promesa cumplida. Regresaron untados de tierra, con el barro en las uñas y una sonrisa en su rostro.
La Alcaldía de Medellín seguirá sembrando sueños, allí donde todavía hay tierra fértil.

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