Experiencia, barro y vocación: Carlos Hernández, un guardián del agua en Medellín
La quebrada La Chorrera ruge. No como un río sereno, sino como una herida abierta. En medio del lodazal, sobre piedras mojadas y montañas de escombros, camina un hombre...

La quebrada La Chorrera ruge. No como un río sereno, sino como una herida abierta. En medio del lodazal, sobre piedras mojadas y montañas de escombros, camina un hombre de 61 años cargando al hombro su herramienta de batalla: un gancho, picas, palas, un par de guantes curtidos y un sombrero que lo protege del sol.
Se llama Carlos Alberto Hernández Gutiérrez, lleva 34 años trabajando para la Alcaldía de Medellín y, de ellos, 18 en la Secretaría de Medio Ambiente. Su oficio, operador de martillo, va mucho más allá de romper concreto: su verdadera vocación es limpiar quebradas, abrirles paso entre la basura y devolverles la vida.
Recientemente, en el corregimiento San Antonio de Prado, donde una emergencia por lluvias puso en riesgo a decenas de familias, Carlos se movía con la destreza de quien conoce cada secreto del agua. Se detuvo, analizó el terreno, midió el cauce con la mirada, respiró hondo y se metió. Sin dudarlo.
“En las quebradas he encontrado de todo: muebles, pedazos de cama, escaparates, bolsas con icopor de comidas rápidas e incluso animales domésticos fallecidos”, cuenta mientras saca con esfuerzo una bolsa con basura que se resiste a salir del barro. No se queja, no protesta. Para él, no hay tarea más digna que ver una quebrada limpia.
Cuatro hijos
Cada golpe de su pala, cada arrastre de su gancho, parece ser un acto de amor…, amor por Medellín, por el agua y por su oficio. Un amor que ha moldeado a lo largo de tres décadas y que también le permitió forjar su vida familiar. “He logrado tener la casita y el estudio para los hijos gracias a este empleo”, dice con el mismo orgullo con el que muestra sus manos curtidas por los años.
Tiene cuatro hijos – el menor, de apenas 12 años – y habla de ellos como su mayor logro. Con cada jornada en el barro, con cada metro de quebrada recuperada, Carlos fue construyendo sueños: una casa propia, educación para sus hijos y tranquilidad para su familia.
Hoy trabaja con un reloj en cuenta regresiva, pues le faltan apenas 21 meses para pensionarse. Pero no piensa en el retiro como un adiós; piensa en seguir sirviendo y enseñando a otros el valor de respetar la naturaleza. Su sueño es salir con la frente en alto y continuar aportándole a la sociedad, adonde la vida lo lleve.
A su alrededor, sus compañeros lo llaman “el papá del grupo”. Es quien aconseja, escucha y mantiene el ánimo arriba cuando las botas pesan, cuando el sol castiga o cuando el cansancio amenaza con vencer.
Su mensaje
Carlos sabe que su trabajo no termina en la quebrada. Su mensaje va más allá: “Procuren no tirar basura a las quebradas y tampoco desechos. Si tienen escombros, deben llamar a Empresas Varias para que los recojan y esperar a que pasen los carros recolectores”, insiste, convencido de que la educación ambiental es tan importante como la limpieza misma.
Hoy, mientras extrae pedazo tras pedazo de los cauces, Carlos no solo limpia una quebrada: limpia una herida, reconstruye un ecosistema y devuelve esperanza.
Y aunque muchos pasen de largo sin ver el esfuerzo que demanda cada metro de quebrada recuperada, Carlos sigue adelante, porque, como él mismo lo dice, no hay nada más bonito que ver una quebrada limpia.
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