Iván Benjumea: un hombre impecable al servicio de Terminales Medellín
Al pasar por su oficina, en el sótano del área administrativa de la Terminal del Norte, se ve siempre enfrascado en su computador, realizando cálculos y revisando la i...

Al pasar por su oficina, en el sótano del área administrativa de la Terminal del Norte, se ve siempre enfrascado en su computador, realizando cálculos y revisando la información suministrada por las aplicaciones de control de entradas y salidas, entre otras aplicaciones tecnológicas que suministran datos operacionales, claves para el funcionamiento de la empresa. Él, como Ingeniero de las Tecnologías de la Información, debe interpretarlos para ponerlos al servicio de Terminales Medellín, a través de informes a la subgerencia técnica y operativa.
Se le ve siempre impecable, con cabello corto bien peinado y entrecano; una barba indomable que deja rastros de estar recién afeitada; camisa a rayas y mangas recogidas, pantalón negro de dril y zapatillas; aunque algunas veces, como los viernes, viste camiseta tipo polo con el logo institucional o la camiseta de la Selección Colombia cuando juega.
A veces parece serio, pero si se le mira con detenimiento, don Iván Benjumea conserva un aspecto tranquilo y una sutil sonrisa que, sin percatarse, le da un aire siempre amable frente a sus interlocutores y, a través de una voz resonante, entabla sin esfuerzo una fluida y elocuente conversación que demuestra su capacidad pensante, la que le ha abierto un camino.
Su historia
Nacido en el barrio San Javier, en un hogar conformado por sus padres don Darío Benjumea y doña Olga Saldarriaga, y sus dos hermanas Cristina y Lina Benjumea, recuerda con agrado cuando hacía de todo para ayudar a su padre, quien cargaba bultos en la plaza de mercado de Campo Valdés y alternaba su economía con ventas, en las que don Iván lo acompañaba. Recuerda que, mientras estudiaba su primaria en la escuela Epifanio Mejía de Aranjuez, acompañaba a su padre en los tiempos extras, para fabricar y vender chorizos y quesitos. Así fue construyendo su camino este hombre de mentalidad aguerrida, que siempre combinó el trabajo y el estudio.
A través de esa chispa repentista, que no lo abandona y que aprendió en su adolescencia, suelta de vez en vez un buen chiste, con el cual es inevitable contener las risas. Su presencia contagia de alegría y, en medio de una conversación amena, nos lleva a otro flash-back de su vida, cuando siendo alumno de bachillerato del Liceo Gilberto Alzate Avendaño tuvo la fortuna de compartir aula con los reyes de la trova: Jhon Jairo Pérez “don Ebrio”, Jhon Jairo Londoño “Fosforito” y César Augusto Betancur alias “Pucheros”. De este último recuerda con especial cariño a su padre don Leonel Betancur, quien fungió como su profesor de arte.
“Los trovadores más grandes de Colombia salieron de allá porque el papá de ‘Pucheros’ era el profesor de arte, y en una de las clases había que hacer repentismo y él se sentaba con el tiple a tocar y nos enseñaba.”
Don Leonel Betancur los indujo al arte de la trova, dejando una huella imborrable en don Iván, quien recuerda con alegría aquella época de su vida, al lado de su maestro y el talento de sus compañeros de colegio.
El camino del esfuerzo
Dice que se presentó a la universidad y pasó, pero en su casa no tenían cómo pagar sus estudios: “me dijeron: ‘si le damos el estudio a usted no le podemos dar estudio a sus hermanas’, y yo no, hágale, yo empiezo a trabajar.” Por esos días la vida lo puso a trotar por pasión y por necesidad, pues don Iván quería ser entrenador deportivo, kinesiólogo o algo parecido y no escatimaba esfuerzos para ello y mientras: “trabajaba por Monterrey en una distribuidora de yogures y de pollo, y vivía en Aranjuez y todos los días -según él– venía trotando desde Monterrey hasta su barrio, ¡todos los días!”, aunque al final desvió la búsqueda de ese gran sueño.
El bichito de la ingeniería le picó como un azar, pero antes aprendió a manejar y trabajó en una empresa que rentaba autos. Los conducía desde Pereira, Cartagena, entre otras ciudades, hasta Medellín y viceversa. Cuando ese trabajo se acabó, él era todavía muy joven, tenía 24 años. Sin un futuro muy claro, escuchó el consejo de un buen amigo que le recomendó buscar empleo en Terminales Medellín. Cuando llegó al área administrativa con su hoja de vida en 1991, lo atendió la gerente de entonces, Beatriz Estrada Tobón, y pese a que no contaba con mucha experiencia, don Iván le habló con honestidad y le pidió una oportunidad.
“¡Si quiere póngame a prueba. Si usted ve que le cumplo, que le sirvo y me necesita, ¡me deja!; y si no, pues me dice y me voy para buscar otros senderos.”, dice, entre ideas hilarantes de una historia de decisión que le ha representado un trabajo dedicado de más de 33 años en Terminales Medellín.
Su ruta en Terminales
Empezó como conductor de gerencia y fue, según él, otro gerente, el doctor Elkin Medina, quien percibió sus capacidades y le propuso estudiar una carrera que le fuese útil a la empresa. Fue este gerente quien, personalmente, le pagó el costo de su primera matrícula. Al inicio estudió una técnica en mantenimiento de computadores, pero la empresa lo empujó para especializarse y le abonó el camino para convertirse en ingeniero en sistemas.
Durante las primeras horas del día y de la noche, en jornadas que empezaban muy temprano a las seis de la mañana hasta altas horas de la noche, don Iván Benjumea terminó su carrera, mientras trabajaba con amor y sacrificio. La disciplina con la que afrontó esa etapa de su vida, le restaron tiempo para estar al lado de sus hijos. Sólo los domingos salía y disfrutaba de su compañía, mientras realizaba las tareas universitarias que según dice: “le quemaron las pestañas. Yo primero salía muy temprano de la casa y los dejaba dormidos, llegaba muy tarde y los encontraba dormidos. El tiempo era más reducido en esa época, ahorita ya es un poquito mejor, como digo yo, porque como los hijos ya están grandes”.
Cosechando los frutos, a vísperas del fin del mundo.
Su esfuerzo produjo los primeros frutos, cuando de conductor de gerencia fue ascendido a auxiliar administrativo de la Secretaría General. Entre sus funciones estaba la de digitar todos los contratos y los procesos disciplinarios, era el escribiente de los abogados de Terminales Medellín. Posteriormente, a mitad del año 1999, le propusieron apoyar al equipo de sistemas.
En aquella época, la parte operativa funcionaba con tiquetes manuales que contenían información de la placa, entre otros datos de los vehículos y las empresas. Los tiquetes se entregaban en las casetas, donde se digitaban los datos en unas computadoras de pantallas oscuras con sistema D.O.S., y que se comunicaban por cable coaxial a un enorme servidor que ocupaba un cuarto completo.
“Open DMS se llamaba entonces. Para poder sacarlo trajeron montacargas, tumbaron ese muro, sacaron el servidor e instalaron otro servidor que ya era más pequeñito.” recuerda don Iván con claridad aquella época, cuando se murmuraba un panorama apocalíptico para los sistemas con la llegada del milenio y se diagnosticaba el colapso de las bases de datos. En ese momento fue invitado a participar del grupo de sistemas de Terminales Medellín para aportar su conocimiento ante el posible colapso: “cuando íbamos a pasar de 1999 al año 2000, el mundo se iba a acabar porque los sistemas no tenían sino dos dígitos, pero eso no pasó.”
Al terminar su carrera, fue promovido al cargo de Profesional Universitario TIC de la Subgerencia de Planeación y Desarrollo, donde ayuda a pensar el presente y el futuro operacional de Terminales Medellín. “La tecnología todos los días es cambiante y va avanzando, ¿cuándo habíamos hablado nosotros de una cámara de reconocimiento facial hace 20, 30 años, eso no existía.”, dice con orgullo al haber participado de todas las transiciones tecnológicas en sistemas por las cuales ha transitado la empresa y donde él ha servido como soporte para administrar softwares como el Hermes, desarrollado por la misma empresa para procesar y recolectar la información de llegadas, salidas y tasas de uso, el mismo software que permite saber con certeza que, hasta el 1 de noviembre de 2024, se han movilizado más de 17 millones 100 mil viajeros a través de las 76 empresas transportadoras que operan desde las terminales Norte y Sur y además ha registrado la entrada y salida de 1 millón 548 mil vehículos.
“Nosotros en la parte operativa tenemos cámaras que leen las placas de los vehículos, impresoras térmicas de punto y con calor imprimen un tiquete, y aplicaciones propias que llevan registros detallados de nuestra operación”.
Terminales Medellín, su primer hogar.
Terminales Medellín le ha dado todo, hasta el amor de su vida, pues fue aquí donde conoció a su actual esposa, doña Elena Arango, quien trabajaba en el puesto de información cuando don Iván llegó a la Terminal del Norte en el año 1991. Después de compartir los primeros tres años de trabajo juntos, iniciaron una historia de amor que perdura en la actualidad y que ha dado como resultado dos hijos: Alejandro y Ana Cristina de 28 y 29 años respectivamente.
Dice que Terminales Medellín es su primera casa, porque la segunda es donde va a dormir. Acá pasa la mayor parte de su tiempo y es donde ha compartido por más de 33 años con algunos de sus compañeros y amigos más entrañables: “Aquí yo vengo todos los días a las 7:15 de la mañana, entonces es donde más se mantiene uno”, por eso saluda y se despide con alegría, pues hay que conservar, según él, “el buen humor y el picante”, -porque- “si uno se mantiene haciendo mala cara y no le pone un poquitico de humor, la cosa se pone complicada con los compañeros.”
El hoy de don Iván
En la actualidad, a don Iván se le ve renovado, con energía extra, pasando por una etapa de regocijo y de “loco de amor” por su nuevo nieto de 15 meses. El momento más particular en la actual vida de este hombre cincuentenario, es cuando cada tarde sale con su morral, después de una ardua jornada de trabajo y aún, impecable, se despide de todos: “¡Hasta el martes!” o “¡hasta el miércoles!” para referirse al día siguiente en el que se verá durante nueve horas con sus compañeros.
Es un abuelo feliz y lo demuestra con su expresión al ir al encuentro de ese amor incomparable. Su sonrisa irradia la alegría intensa que le provoca la idea de compartir un día más con el pequeño Joaquín y jugar con él a los carritos o leerle un cuento.
Don Iván Benjumea, ingeniero y profesional en TIC de Terminales Medellín, está a ocho años de pensionarse. Es un hombre dedicado a su trabajo y a su familia, anhela terminar sus días disfrutando de un pequeño terruño alejado del bullicio, en el cual imagina una vida apacible al lado de su esposa, levantándose con el cantar de los pájaros y regar y consentir sus plantas.
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